Usted está aquí.
La magia de los viajes.

Salir temprano para aprovechar el día.
Parar cada tanto a disfrutar de la naturaleza y el monte.
Empanadas de gallina en la casa de alguna tejedora.
O un picnic en la ruta entre reunión y reunión.
El calor agobiante del verano.
Un solcito cálido en julio.
Perderse en los caminos, alejarse del ruido de la ciudad, y aprovechar la no-conexión para reencontrarnos con nosotros y con los otros.

Hace unos años estábamos en Santiago del Estero y teníamos que ir desde Añatuya a Loreto.
Sabíamos que la mejor forma era tomar la ruta nacional 34, ir hasta la ciudad de Santiago del Estero, y, desde ahí, tomar la ruta nacional 9.
Si dibujaran esto en un papel, es casi como un triángulo isósceles con Santiago estando en la punta.
Envalentonados con años de ruta pensamos, “¿y si cortamos camino por abajo?” (por lo que sería la base del isósceles), y así lo hicimos.
Nos dijeron que desde Fernández salía un camino que llegaba a Loreto, y efectivamente el GPS (no el del teléfono, el de Garmin, satelital, que es el que usamos en los viajes) lo mostraba.
Entramos en Fernandez. Lo cruzamos. Al final estaba (como siempre está) el cementerio. Y el camino seguía y seguía. Primero asfalto. Luego ripio. Después sendero. Y finalmente huella, bancos de arena y la nada misma. ¿Volvemos? Nah, seguimos…
Ni un alma. Nada. Durante kilómetros, hasta que, de a poco, la huella se transformó en sendero, y después en un camino de ripio bastante bueno.
A lo lejos vimos la parte de atrás de un cartel de localidad. Listo, estábamos a salvo en zona poblada. Pasamos el cartel y frenamos para ver dónde estábamos: HIMALAYA.

Nunca habíamos llegado tan lejos en uno de nuestros viajes al norte. 20 años haciendo esto, y se disfruta como el primer día.


